Hacia finales de los setenta, un joven barcelonés fue a un
pueblo remoto de la Castilla
profunda para conocer a la familia de su prometida. Imaginaos la escena:
hermanos, padres y abuelos se sientan a la mesa. Es una comida sencilla pero contundente,
de aquellas que apetecen cuando hay hambre, que es el caso. El abuelo,
patriarca de la familia, dice:
-Comencemos.
El joven catalán hace un gesto entusiasta de aprobación y
repite "comencemos" mientras la cuchara hace un vuelo en picado hacia
el plato, recoge unos suculentos garbanzos estofados y vuelve a alzar el vuelo
hacia la boca. Pero se detiene a escasos centímetros, al oír la voz del abuelo,
que engancha las palabras en una letanía.
-Damos-gracias-a-Dios-por-estos-alimentos...
El joven catalán se queda helado, con la cuchara rozando los
labios, mientras la bendición se alarga durante cinco minutos más.
Más de tres décadas después esta escena parece obsoleta para
algunos. Para otros, en cambio, si tenéis amigos hipsters, seguro que habréis
vivido situaciones parecidas. Vais al restaurante moderno de turno, os traen el
primer plato y, mientras saliváis, vuestro amigo insiste en tomar varias
instantáneas de cada plato.
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