Intentad pensar como si fuerais un niño que va por primera
vez a un restaurante. En principio, un restaurante es un lugar fantástico que
te prepara la comida que tú escoges.
Ahora bien, en general, los restaurantes no están pensados para
satisfacer los niños. Un niño suele tener un plato preferido muy sencillo (el
mío era el arroz a la cubana, y el vuestro?) Y todo lo demás son platos de
segunda mesa. En un restaurante orientado a adultos, al niño le sobra variedad
y sofisticación.
Entiendo que, evolutivamente, ir incorporando alimentos
diferentes poco a poco tiene un sentido. Rechazar los alimentos desconocidos es
una defensa natural útil cuando aún no se ha aprendido qué es comestible y qué
no.
¿Cómo superar esta aversión natural e ir incorporando nuevos
alimentos en la dieta? Bien, volviendo a las primeras veces que fui a un
restaurante, os dejo con un par de consejos, que recuerdo que me dieron mis
padres:
1. Pide lo que no sabemos cocinar en casa: en un restaurante
que merezca este nombre, hay cocineros profesionales que saben preparar platos
que los aficionados quizá no dominamos. Si el niño aún no ha probado un plato,
sería ideal que la primera impresión la dejáramos en manos de un profesional.
2. Pide la especialidad de la casa: a veces el niño dice que
no le gusta la paella o los canelones pero quizá lo que pasa es que ha probado
un arroz pasado y pastoso o una salsa bechamel con grumos de harina. Un buen
cocinero puede conseguir que el niño vea la diferencia y se anime a dar una
segunda oportunidad a la paella o a los canelones.
Evidentemente en ambos casos existe el riesgo de que el niño
diga que no le gusta. Otra opción sería pedir estos platos vosotros y dejarlos
probar al niño. Entonces el riesgo es otro: que le guste demasiado y luego os
toque a vosotros comer el pollo con patatas que había pedido el niño mientras él
disfruta de esa caldereta de langosta que os permitís una vez cada cinco años.
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