jueves, 5 de diciembre de 2013

Contrabando

La luna emerge detrás de silueta recortada de las peñas mientras él lanza el último saco de trigo al carro. El esfuerzo le hubiera hecho sudar si la noche no fuera tan fría. Las vacas empiezan a andar. Las guía hacia el camino de polvo y piedras, el que lleva al molino.

Las ruedas de madera y acero hacen un ruido terrible. Al hombre se le dispara el corazón cuando, al pasar la última casa del pueblo, un perro empieza a ladrar. Quizás haya suerte y nadie se levante a tiempo para verle, piensa. Suerte y complicidad, claro. Porque todos los vecinos hacen lo mismo. Ninguno piensa renunciar a tener suficiente harina como para que los de casa puedan pasar el invierno sin hambre.

El carro atraviesa lentamente los campos de cereal ya cosechado. De vez en cuando se levanta una ligera brisa y un escalofrío recorre la espalda del hombre que, por alguna razón, echa la vista atrás para comprobar que sigue llevando toda la carga.

Al llegar al cruce con la carretera se baja del carro. Se aleja unos pasos de la mercancía para inspeccionar el terreno. No ve a nadie. Vuelve a por el carro y ayuda a las vacas a remontar el repecho que sube hasta el cruce. Al otro lado de la carretera ya se ve el molino. Arrea a las vacas para que aceleren el paso pero entonces una voz surge a sus espaldas, una voz que da el alto. Gira la cabeza y ve dos siluetas coronadas por un tricornio.

Le requisan el carro, las vacas y las tres talegas grandes de trigo que llevaba. Deberá pagar para que le devuelvan el carro y las vacas. En cuanto al trigo, quién sabe si servirá para nutrir a las famélicas familias que acuden al racionamiento o si se utilizará para engordar la fortuna de algún estraperlista.

La tracción animal movió la agricultura durante muchos siglos y seguía vigente en España hasta hace sólo tres o cuatro décadas. 

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